El periodismo puede ser el antídoto de la marea infinita de la desinformación; estamos quizá ante la muerte del periodismo del siglo XXI, sin esperanza de la resurrección, o en palabras de Martín Caparrós, de “una actividad que está jodida, que está en crisis, si la palabra crisis todavía significará algo”.
La revisión de los trabajos inscritos en la convocatoria del Premio Nacional de Periodismo 2023 -donde tengo el privilegio de participar como jurado- motiva la reflexión de lo que nos toca vivir en estos tiempos de redes sociales, de digitalización y de inteligencia artificial, en donde de manera contundente podemos afirmar que sólo el periodismo, con todas sus letras, puede evitar la catástrofe que sugiere la realidad “virtual”.
La oleada de desinformación se hizo evidente en los tiempos del Covid -19, donde proliferó la información inexacta, incompleta, tendenciosa, rumores, mensajes de odio y discriminación. “Por arte de magia” y ciencia se logró crear la vacuna en 10 meses (Pfizer), este invento de laboratorio no detuvo al mal de la infodemia, cantidad excesiva de información -inexacta en su mayoría- que dificultó a la ciudadanía encontrar las fuentes confiables para entender lo que se vivía y tomar la decisión más adecuada en su día a día. En el estudio “Radiografía sobre la difusión de fake news” realizado en el 2020 por la UNAM, se ubicó a México como el segundo país donde se generó información falsa relacionada con la evolución de la pandemia.
Sin ser mal pensados, el miedo a salir de los hogares durante el tiempo de Covid, casualmente dio pie a las plataformas de comunicación que facilitaron la vida; videollamadas con familiares, las comodidades del home office y clases virtuales, además de 24 horas de servicio streaming, series, películas, documentales, alimentos a domicilio y atención a las mascotas.
Víctor Sanpedro Blanco acuña el término de pseudocracia como “el poder de la mentira, que refleja y explica los agudos problemas del orden (des) informativo actual”. Las naciones dominantes, en complicidad con las élites políticas y las corporaciones empresariales programan los algoritmos para adormecer o activar el sistema límbico, la parte más primitiva del cerebro que tiene que ver con la memoria, atención, instintos sexuales, emociones, personalidad y conducta. Los algoritmos buscan que el consumidor final alcance un estado de euforia plena, donde no exista el dolor, el duelo, ni la religión para dar consuelo. Es el símil de la droga (Soma) que se distribuía entre los habitantes de Utopía, del Mundo Feliz de Aldous Huxley.
En el “mundo feliz” de la información virtual, que se multiplica de manera exponencial y controlada, una buena parte de los periodistas renunciaron a su función social (verificar los hechos, contrastar las fuentes, contextualizar la información, interpretar y opinar) y se enfundaron el overol de community manager para replicar los mensajes de Facebook, TikTok e Instagram que los políticos, deportistas y artistas de entretenimiento compartían en sus redes, además de cazar las primicias que captaban con su celular los reporteros ciudadanos. Los teóricos de la comunicación ubican la cobertura informativa de la muerte de Lady Diana como la consolidación de la venta masiva de noticia del espectáculo.
En ese escenario, la credibilidad de las empresas periodísticas se perdió en buena parte por la venta de su línea editorial a la clase política en el poder, el fortalecimiento empresarial del internet y las redes sociales, y en especial porque olvidaron que la función del periodismo es informar con verdades a la sociedad en su conjunto.
Para salvar la plana, la Organización de las Naciones Unidas impulsa una iniciativa que obligaría a las empresas de Internet a transparentar el propósito de sus contenidos, además de establecer una campaña de alfabetización mediática informacional para incentivar el pensamiento crítico de “todos y para todos como defensa contra la desinfondemia”.
La propuesta incluiría crear ciudadanos digitales que abandonen el anonimato de consumidor pasivo, se organicen en redes para administrar portales informativos que generen noticias y establezcan espacios para el debate de la vida cotidiana.
Crear un periodismo que utilice las plataformas digitales para acceder a los bancos de datos, que implemente métodos de verificación de información, optimice la producción y distribución de los contenidos, y sean competitivos en el mercado de las noticias.
Y que nunca más un candidato como Donald Trump, -diagnosticado por 225 expertos en salud mental de Estados Unidos como una persona con síntomas de trastorno de personalidad grave e intratable- “que es mentiroso, destructivo y peligroso”, aspire a gobernar una nación con el respaldo de pseudocracia”, poder de la mentira, al que se refiere Víctor Sanpedro Blanco.
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