OPINIÓN

Un pequeño cuento de Navidad: El Rey en su palacio

27 dic 2023 | Ricardo Homs

Utopía era un reino de gran riqueza natural. Su abundancia de recursos naturales, -y la alta productividad de sus pobladores-, eran de tal magnitud, que el control de su gobierno siempre era el centro de las ambiciones de los poderosos, que llegaban al poder vendiendo sueños y esperanzas para luego enriquecerse al encabezar el gobierno, olvidándose del pueblo, al que controlaban ofreciéndole migajas.

Un día el pueblo, -cansado de la rapiña del gobernante en turno-, impulsó a un gran líder, -carismático y popular-, quien prometió una nueva era de paz y justicia. Este fue ungido rey y lo primero que hizo fue mudarse a vivir al lujoso palacio imperial.

En la primera Navidad un grupo de notables del reino, -que formaban parte de las estructuras de gobierno-, fueron a verle y con gran alarde le obsequiaron un gran espejo que le dijeron tenía el don de la sabiduría y la verdad, pues había pertenecido a un legendario rey, -admirado y querido por todo el pueblo-, quien durante su gobierno se distinguió por su gran sapiencia y patriotismo. Además, este gobernante había sido el artífice de leyes visionarias, de vanguardia.

Con gran discreción, le hicieron saber que, -según la leyenda-, el espíritu de este monarca había quedado hospedado en su espejo favorito y sólo con algunos seres especiales, -a quienes él elegía-, se hacía presente a través de la voz, convirtiéndose en su guía personal.

Le notificaron que ese espejo, -insertado en finas maderas-, debía ser instalado en la sala de los hombres ilustres, donde el legendario estadista y morador de ese palacio, acostumbraba reflexionar antes de tomar las grandes decisiones de estado que le dieron gloria y reconocimiento. En ese contexto seguramente surgiría el anhelado contacto paranormal entre ambos monarcas.

En su formación académica y escolar los ciudadanos de “Utopía” aún seguían memorizando las grandes frases, -llenas de sapiencia-, que constituían su gran legado.

El nuevo rey, -apasionado de la historia y admirador del gran monarca legendario-, se sintió predestinado para pasar a la historia de su gran país como el heredero de esa estirpe de gobernantes iluminados.

Cada mañana, -muy temprano-, este gran rey forjó un ritual. Se plantaba frente a su espejo e iniciaba la conversación con su nuevo guía espiritual y político, que más que un diálogo era un monólogo en busca del reconocimiento de su interlocutor.

Lo que este ilusionado rey no sabía era que la camarilla que le obsequió tan valioso objeto, -conocedora de todos los recovecos del palacio-, había creado ese mito para tomar control de él.

De este modo, -en la habitación contigua a la sala de los hombres ilustres-, esa camarilla se reunía cada mañana para interactuar, -de modo secreto-, con el monarca y transmitirle los mensajes que ese selecto grupo de manipuladores deseaba hacerle llegar a través de una gran voz forjada en la oratoria, ahora convertida en el oráculo.

Para dar vida a este gran mito crearon un sistema acústico que operaba a través de tuberías ubicadas en la pared que estaba detrás del espejo, conectado este al salón contiguo, donde ellos sesionaban. Así generaban una voz de gran reverberación, con un timbre sobrenatural de alto impacto.

De este modo cada mañana, -muy temprano-, el monarca se solazaba contando a quien suponía era la voz del gran prócer, sus grandes ideas, esperando felicitaciones y alimentando su ego.

Este se convirtió en el ritual más importante del día para este monarca, que, -encerrado en su palacio-, se vanagloriaba de conocer cada rincón del reino, al cual había recorrido muchos años antes en busca de forjar alianzas.

Sin embargo, sumido en el confort y lujo palaciego no se había dado cuenta de que día tras día se desconectaba cada vez más de la cruel realidad que vivían sus súbditos. Arreciaba la violencia que asolaba al vasto territorio de Utopía.

Esta era generada por hordas salvajes que tomaban control de poblaciones enteras, a las cuales sometían a condiciones humillantes, imponiendo un doble tributo.

El pueblo veía cómo proliferaban estos grupos violentos ante la inacción del ejército, institución a la cual el monarca había pedido tolerancia y paciencia.

Platicando cada mañana con quien él suponía era su mentor, descubrió que, siendo tolerante y magnánimo con estos grupos invasores, ellos se convertían en sus aliados para dominar y controlar a todos sus adversarios políticos. Así evitaba negociar con sus opositores, como siempre lo habían hecho sus antecesores en el trono con el fin de mantener la añorada paz social.

Conforme las víctimas de la violencia empezaban a manifestar su desencanto frente a la indiferencia de su rey para con sus grandes tragedias familiares, este monarca evadía responsabilidades, culpando siempre a sus antecesores en el cargo y a sus estrategias fallidas.

Mientras él y sus cercanos y leales disfrutaban de las comodidades del poder y sus lujos, los violentos invasores hacían crecer su control territorial. Muchos de sus súbditos, -antes pacíficos ciudadanos-, empezaron a convertirse también en nuevos grupos de poder territorial y verdugos de sus comunidades.

Mientras tanto, sus sesiones tempraneras con su espejo y la camarilla que daba voz a su admirado prócer, se habían convertido en su distractor respecto de los graves problemas cotidianos. Los elogios que recibía le hacían olvidar sus promesas iniciales, que le permitieron conectar con su pueblo.

El tiempo pasó y nunca logró percibir cómo ese enemigo silencioso, -ahora convertido en víbora de mil cabezas-, había logrado penetrar las estructuras de su gobierno, convirtiendo a unos en cómplices y los otros, -temerosos y sintiéndose indefensos-, habían tenido que pactar en silencio, solamente para sobrevivir.

Llegó el día en que este monstruo apocalíptico se convirtió en un poder paralelo y el pueblo, -que antes le amaba-, alzó la voz para reprochar a su monarca su indiferencia y falta de solidaridad.

Sus oídos se cerraron a las súplicas de ayuda de las madres cuyos hijos e hijas habían desaparecido sin dejar rastro y presumiblemente habían perdido la vida a manos de sus violentos captores, o estaban siendo obligados a realizar actividades contrarias a sus valores morales, en contra de su voluntad, -en un modelo de moderna esclavitud-, sin tener la esperanza de algún día volver a ver a sus familias.

Las tragedias desgarradoras con olor a muerte eran ignoradas por él y sus colaboradores.

Así se inició el recuento de los daños y en la historia de Utopía quedó sellada la crónica del rey escondido en su palacio.

La historia de Utopía denominó a esa era como “los años del oscurantismo” y a este rey se le calificó como “el innombrable”.

“Se puede mantener engañados a muchos durante corto tiempo, o a pocos durante un largo periodo… pero nunca a todos durante largo tiempo”

NOTA IMPORTANTE:

Este es un pequeño ejercicio literario al que podemos calificar como un “cuento de Navidad”, producto de la creatividad y la imaginación. Cualquier similitud con la realidad, será una simple coincidencia.

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