OPINIÓN

El que sufre

 Al romperse el cráneo aparece algo, una masa blanda y grisácea, envuelta en pieles viscosas con nervaduras de sangre, pulpa frágil en la cual resplandece, el fin liberado, el fin traído a la luz, el objeto del saber: Michel Foucault

 

La palabra "paciente" puede resultar difícil de aceptar, sobre todo cuando consideramos que proviene del latín "patiens", que significa "el que sufre". En el ámbito social, se refiere a una persona enferma que requiere atención médica, mientras que en lo individual implica entrar en el lado oscuro de la vida, salir de la vitalidad de un cuerpo saludable e ingresar en una zona límite donde reinan la desesperación, la incredulidad y la desesperanza.

 

Durante los momentos de crisis del enfermo, simplemente no hay descanso. El dolor genera reflexiones sobre la existencia misma. En el umbral del dolor, coexisten sentimientos como el pecado, el arrepentimiento, la soledad, la oración a Dios, la confianza en la medicina ya sea tradicional, patente o genérica, así como palabras de aliento, afecto y buenos deseos de familiares, amigos y religiosos. En esos instantes, todo es válido: lo que importa es vivir.

 

En el siglo XXI, en el ideal utópico, gracias a los avances de la ciencia y tecnología médica, el paciente tendría mayores posibilidades de recuperación. Sin embargo, sabemos que el diagnóstico, atención y tratamiento, en la mayoría de los casos se definen por la situación económica del enfermo.

 

Es pertinente recordar que durante la Edad Media y hasta el siglo XIX, la mayoría de las dolencias se curaban mediante la práctica de la sangría, que consistía en extraer sangre del enfermo, ya que se creía que así se eliminaban las toxinas. Este ‘tratamiento’ era recomendado para la curación de asma, tuberculosis, problemas cardiovasculares, infecciones y dolores en el cuerpo, entre otros padecimientos. No hubo investigaciones serias sobre la efectividad de las sangrías. Otra cuestión que surge, como curiosidad histórica sobre las sangrías es su permanencia por tanto tiempo como tratamiento médico dominante.

 

“La enfermedad está en la mente de las personas”, sugirió Sigmund Freud en su teoría del psicoanálisis. Según el científico alemán, las enfermedades físicas y psicológicas provienen de conflictos internos de la persona. Para curar o tratar una enfermedad, es necesario abordar estos procesos mentales mediante la hipnosis y la relajación mental. Por ejemplo, una persona que reprime constantemente la ira podría desarrollar una úlcera, gastritis, colitis, dermatitis. La depresión, enfermedad de moda, puede generar dolor de cabeza, falta de apetito, insomnio y calambres en el cuerpo. La enfermedad aparece aquí como elemento secundario de una causa emocional atrapada en nuestro interior.

 

El tratamiento psicoanalítico inicia con una conversación entre el paciente y el analista. Con la orientación adecuada, el enfermo narra su vida, expone sus miedos, quejas y deseos. El psicólogo analiza lo expresado y mediante el poder de la palabra, logra conciliar el ser inconsciente y el consciente.

 

Susan Sontag, escritora estadounidense (1933-2004) en su obra "La enfermedad y sus metáforas" (1978), examina desde una perspectiva social la vida de quienes luchan contra algunos tipos de cáncer y el SIDA. En esos momentos de penumbra, el enfermo puede sentirse culpable por no haberse cuidado lo suficiente, además de cargar con el estigma social de atraer la enfermedad por su supuesto mal comportamiento. La ensayista, que padeció cáncer, aboga por no juzgar al paciente en términos morales y que se le brinde la atención adecuada. En palabras simples: no discriminar y no excluir socialmente a quien sufre.

 

La articulación en el lenguaje que conceptualiza la enfermedad como una lucha entre la vida y la muerte, tiene una carga cultural ancestral. La reclusión del individuo enfermo en un hospital, centro psiquiátrico u hogar hasta que alcance la salud, es una actitud que está siendo cuestionada.

En la actualidad, se demanda una mayor inclusión y se necesita fortalecer valores como el humanismo, la empatía y la solidaridad. Es necesario seguir el ejemplo de las iglesias, donde la oración colectiva, los rezos y la hermandad logran que el enfermo se sienta acompañado.

 

Algo más

Los pobladores de Palenque, Chiapas, cuentan la leyenda de que los antiguos reyes mayas practicaban la sangría médica para comunicarse con sus dioses. El chamán conducía al gobernante a los pasadizos del palacio (zona arqueológica), después el líder era tendido en una cama de piedra para proceder a realizarle un corte en la piel para que la sangre fluyera hasta alcanzar el delirio del inframundo. Después de ese trance, y una vez recuperado, saldría victorioso para contar a sus seguidores las indicaciones dictadas por los dioses mayas. La sangre como vía de comunicación divina.

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