Si estás leyendo estas líneas, es porque, como todo ser humano, somos curiosos por naturaleza. Esa curiosidad innata, con el paso del tiempo, puede desarrollarse a tal grado que convierte a su poseedor en un chismoso(a) en potencia. Pero eso no es novedad. Lo que sí lo es, es descubrir cómo alguien que no pertenece a un sistema informativo “formal”, como los medios de comunicación, ha hecho de este viejo oficio un negocio lucrativo.
Este es el caso de Myriam, una mujer que, a sus 67 años, ha descubierto la manera de destacar con el mayor talento que posee: ser chismosa.
Myriam, una colombiana oriunda de Armenia, Quindío (lo que nos permite suspirar aliviados porque estamos fuera de su radar), ha logrado convertir el chisme en un negocio tan lucrativo que ya es propietaria de dos casas.
Sus chismes, como todo producto, varían de precio según la relevancia de la información. Hasta hace poco, sus precios oscilaban entre los 5,000 y 10,000 pesos colombianos. Su equivalente en pesos mexicanos, redondeando, sería de 30 a 50 pesos o más, dependiendo de cuánto "valga la pena" el chisme.
La fuente confiable del chisme
Lo realmente sorprendente de Myriam no es la existencia de su clientela (siempre habrá “un roto para un descosido”), sino su prestigio. Esta mujer se ha ganado la fama de ser una fuente fiable de información.
Para mantener su bien ganada reputación, se ha dedicado a profesionalizar su oficio. En su casa, tiene una especie de pizarra repleta de datos y fotografías, al más puro estilo de una serie de detectives. Esto deja claro que se toma muy en serio su trabajo.
Sin embargo, sus vecinos se cuidan las espaldas y la tratan con recelo. Ni hablar de los protagonistas de los chismes que vende, quienes han sido perjudicados, incluso a nivel moral, por sus historias.
Y es aquí donde surge el verdadero costo del chisme: no lo que cuesta acceder a él, sino las consecuencias que genera. Porque, al final, un chisme nunca es información completamente fidedigna; se nutre de elementos falsos que lo hacen más atractivo y "picante".
La reflexión más allá del chisme
Aunque esta historia insólita atrae nuestra atención, lo verdaderamente relevante es que, por más fama y ventajas que esta chismosa profesional obtenga, su imagen pública está dañada. Su reputación se ha construido a costa del daño a la imagen de otros, sin importar cuán cierto sea lo que diga.
La reputación es uno de los bienes más valiosos que cualquier persona puede poseer. Mucha gente, en todo el mundo, está dispuesta a pagar grandes sumas de dinero para mejorar su imagen, ser admirada, elogiada y amada.
Pero, como hemos visto en figuras públicas tan polémicas como Donald Trump o incluso en casos extremos como el de Hitler, aunque puedan ser admirados por su poder, hay algo que jamás serán: amados.
Para generar ese efecto que provocaba Lady Di al entrar en una habitación, se necesita más que carisma o poder. Se requiere algo más profundo: integridad.
El santo grial de la imagen pública
Recuerda: ni la ropa más cara, ni el look más favorecedor, ni el auto más exclusivo te darán el verdadero valor de una buena imagen. Al final del día, lo que queda es quién eres realmente.
Estamos en plena época de fiestas y reuniones, donde los chismes suelen ser el centro de atención. En las posadas del trabajo o con amigos, siempre hay alguien que se encarga de entretener a todos con críticas o rumores.
Pero, no importa qué tan bueno sea el chisme o cuán mordaz sea el comentario, porque al final lo que realmente perdura no es lo que se dijo, sino quién lo dijo.
Y nadie quiere al chismoso. Acuérdate de Myriam.
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