Siempre me he sentido orgullosa de mi generación 1995 – 2000 de la carrera universitaria, éramos sin duda distintos, competitivos, muy creativos para una época en que la telefonía celular apenas iniciaba, no existían redes sociales y tampoco Google. Si bien teníamos internet los buscadores tenían sus limitaciones, Yahoo era la onda. Veintitrés años después bajo una mirada retrospectiva me pregunto ¿qué ha sido de esos chicos con excelentes notas con los que existía una sana y divertida competencia por ser los mejores? En igualdad de circunstancias como la edad, educación, medios para salir adelante ¿por qué de este nutrido grupo sólo tres o cuatro destacan? ¿y los demás?
Esta pregunta es muy común, muy probablemente en algún momento de tu vida te hayas preguntado por qué esas personas que quizás tengan incluso menos preparación que tú ocupen los mejores puestos, tengan los mejores salarios. En resumen ¿qué es lo que marca la diferencia del éxito que tienes tú y el de los demás? Si has respondido que es el talento, te diré que no es suficiente.
Es cierto que el talento es indispensable pero no lo es todo, como tampoco que poseas el resto de las habilidades que las empresas se encargan de enlistar como requisitos indispensables para aspirar a una vacante como es el sentido de responsabilidad, el trabajo bajo presión y otras tantas destrezas porque si careces de habilidad para comunicarte, entonces careces de lo más elemental.
Hemos crecido en una sociedad que nos ha enseñado que es malo que digas que eres bueno en algo, sin embargo, si no lo dices nadie lo sabrá. No se trata de presumir ni de ser pretencioso (a), sino de que seas capaz de hablar de tus aspiraciones y sueños de una forma sencilla y con determinación, es posible que quien te escuche esté en posición de ayudarte a alcanzar dichos anhelos.
No tengas miedo de decir lo que piensas y mucho menos de pensar en grande, es más, no te des siquiera tiempo para escuchar a los pesimistas. Permíteme compartirte algo, hace algunos años, no mucho, asumí la dirección de comunicación y relaciones públicas de una institución no gubernamental y un día, el presidente de ésta durante una reunión de trabajo preguntó a cada directivo que nos parecía realizar un evento de suma importancia en el que se invitará a personalidades a nivel internacional que además ostentaban cargo de gran relevancia, uno a uno fue preguntando, recopilando una serie de “no es posible”, “no nos conocen”, “no se puede”, al llegar mi turno respondí: me parece una gran idea, se puede. No fue fácil ir contra la corriente, mucho menos cuando se me dijo: “Bien, entonces encárgate de todo”. Y lo hice, el mérito no es mío, siempre he puesto todo en manos de Dios, pero como dice el refrán “a Dios rogando y con el mazo dando”, el resultado fue extraordinario.
Con esto no digo que siempre te será fácil hacer lo que te propones y que todo saldrá bien a la primera, lo que realmente importa es que no tengas miedo a pensar en grande y a trabajar por eso que quieres, no tengas miedo a pedir eso que deseas, sin olvidar que tus habilidades de comunicación son imprescindibles. Para alcanzar tu éxito, será necesario tener el control y conocer cómo aprovechar cuatro formas principales de comunicación personal: la voz, las palabras, el cuerpo y tus acciones, y ese será el tema que abordaremos la próxima semana.
Mientras tanto, recuerda esto: Eres tan bueno como lo es tu comunicación.
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