OPINIÓN

Leonardo Padura: letras para la libertad

“Esto sucedió cuando solo los muertos sonreían alegres por haber hallado al fin un reposo…”

Anna Ajmátova, Réquiem

 

 

En su novela cumbre El Hombre que amaba a los perros, Leonardo Padura rinde un homenaje a la utopía socialista, recrear el destierro de León Trotski es una lección política,  es llevarnos a una muerte lenta, recordarnos que siempre habrá un Ramón Mercader dispuesto a cerrar un ciclo de la lucha ideológica. La novela es despertar del descanso eterno.

“La historia, la realidad y la novela funcionan con motores diferentes”, afirma Leonardo Padura Fuentes en su nota de autor a la novela Herejes (2013). Exploremos los tres conceptos. “La historia es un sordo que contesta preguntas que nadie le hace”. (León Tolstói) Cualidad: impredecible. “La realidad es aquello que sigue existiendo, aunque hayas dejado de creer en ello”. (Philip K. Dick) Cualidad: terca e inverosímil. “La novela es la gran forma de la prosa en la que el autor, mediante egos experimentales (personajes), examina hasta el límite algunos de los grandes temas de la existencia”. (Milán Kundera) Cualidad: examinadora experimental de la existencia.

Historia, realidad y novela: tres planos culturales que se combinan para iluminar la aventura de vivir, aunque “funcionan con motores diferentes”, como explica el maestro Padura. No podemos aplicar los mismos parámetros de veracidad en los tres planos.

En esos tres planos -que deberíamos distinguir con precisión en la esfera pública- sobresale la trayectoria de uno de los mejores novelistas vivos de nuestro idioma. Nacido en la Habana, Cuba (9 de octubre, 1955) Leonardo Padura es singular practicante de la novela negra, variante realista y compleja de la novela policíaca. Su personaje emblemático, el teniente detective Mario Conde, tiene la vocación de sobreviviente a través de una curiosidad ética que alimenta su inmersión en las contradicciones de la sociedad contemporánea.

La Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT) otorgará -con todo merecimiento cultural y académico- el grado Honoris Causa al maestro Padura el martes 11 de octubre, en ceremonia a realizarse en el Teatro Universitario (6 PM). Este homenaje a Padura forma parte de los Festejos Juaristas y de la Feria Internacional del Libro UJAT 2025, programados del 10 al 15 de marzo en el Centro Internacional de Vinculación y Enseñanza (CIVE).          

Sigamos con Padura. En la ya citada novela Herejes, un niño polaco de raíces judías (Daniel Kaminsky) tiene que crecer en la Cuba del dictador Fulgencio Batista y aprender códigos existenciales del trópico: “muy pronto había descubierto que allí todo se trataba y se resolvía a gritos, todo rechinaba por el óxido y la humedad”. Con miedo en el cuerpo, “compañía constante”, Daniel poco a poco madura: “con los años consiguió comprender que en ese nuevo mundo lo más peligroso solía venir precedido por el silencio”. Así ocurre con las dictaduras de cualquier signo y de cualquier época: se ejecuta el secuestro de las palabras. De ahí que Padura, en sus obras, construya letras para la libertad. Ejerce su libertad a través de extraordinarias ficciones (también tiene una valiosa obra periodística) y así impulsa la libertad de los demás.         

El niño judío Daniel enfrenta una necesidad vital que inhibe la libertad: “El hambre insaciable e insaciada que siempre lo perseguía, como el más fiel de los perros”. Me gustaría transformar el hambre física del personaje -en duro aprendizaje cultural- en el hambre espiritual que transmite la literatura de Leonardo Padura: hambre insaciable e insaciada, fiel en sus convicciones imaginativas que surgen de situaciones reales, con perfiles históricos ineludibles.  

El detective Mario Conde tiene un dilema: “Llegar a aceptar la maligna evidencia de que debía resignarse a vivir con más interrogantes que certezas, con más pérdidas que ganancias”. Las interrogantes son más fecundas que las certezas. En la novela Adiós, Hemingway (2003), Conde pide al teniente Manuel Palacios acceso libre a la Biblioteca Nacional de la Habana, para rastrear una fecha crucial -2 de octubre de 1958-, pieza que falta en el rompecabezas dramático que une a Conde con el escritor norteamericano Ernest Hemingway, autoexiliado en Cuba. Mientras Conde revisa libros, actúa con mirada de lector: “en momentos así (…) disfrutaba con la idea de que los libros podían hablar, cobraban vida y autonomía. Entonces comprendía que su amor por aquellos objetos (…) era una de las cosas más importantes de su vida, en la cual cada vez quedaban menos cosas importantes”. Historia. Realidad. Novela. En palabras que son libros que son vida que son libertad.

 

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