“El periodismo no es un circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”: Tomás Eloy Martínez
La libertad de expresión, como derecho fundamental, entra en conflicto durante los procesos electorales, es especial durante las campañas políticos . Ese conflicto tiene historia. Miguel de Cervantes hizo decir a don Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Como derecho universal, la libertad no tiene rival, aunque pocos pensadores recuerdan que la libertad va acompañada de responsabilidad. La libertad tiene límites, si se trata de vida comunitaria. No podemos actuar como lo plantea José Lezama Lima (Cuba) en un aforismo: “La única manera de ser libre es estar solo, pero eso no basta, hay que ser solo”. La socialización de la libertad incluye su complemento vital: la socialización de la responsabilidad, como explicó el francés Voltaire, “mi libertad termina cuando empieza la libertad de otros”.
A nivel político, la libertad de expresión en la contienda presidencial 2024 debería estar acompañada de responsabilidad. No es saludable para la república una portada de revista con la silueta de Claudia Sheinbaum (abanderada 4T) con una diadema llena de suásticas, el símbolo nazi por excelencia. Esto ya ocurrió y, aunque el disparate recae en la directora de la revista que ya pidió disculpas, se trata de un golpe bajo cultural que no incluye derecho de réplica.
En el mismo sentido, las redes sociales (libérrimas, sin supervisión jurídica posible) catapultan todo tipo de mentiras e insultos. Mentiras crasas, como la supuesta asistencia del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, al funeral de la madre de Joaquín El Chapo Guzmán, o insultos que incluyen los elementos menos propositivos de la vida pública y que denigran en primer lugar a quien los pronuncia. No se recuerda que a otros mandatarios se les mentara la madre o se les calificara de pen-jejos. Incluso así, cuando AMLO se pronunció sobre el conflicto legal entre su excolaboradora Tatiana Clouthier (secretaria de Economía) y Alfredo Jalife (politólogo), abogó por la libertad de expresión “aunque hubiera excesos”. Más allá del pronunciamiento presidencial, los artículos 6° y 7° constitucionales regulan la libertad de expresión, primero como derecho y luego con límites: “siempre y cuando no sean atacados derechos de terceros, a la moral, se provoque algún delito o perturbe el orden público”.
Ahora bien, como no pueden precisarse con facilidad derechos de terceros, daños a la moral (en la modernidad permisiva) o perturbaciones del orden público, el horizonte de la libertad de palabra parece infinito de facto, lo que nos lleva a repensar hacia 2024 un ejercicio de la libertad ciudadana, periodística y política, complementado con la noción de responsabilidad. Y es que mentir, insultar o ridiculizar a alguien, en el espacio público, no tiene repercusiones legales salvo que medie una demanda por difamación o calumnia (vigentes en cinco estados de la república), aunque de todos modos el resultado jurídico no parece satisfactorio. El daño es mayor que las reparaciones.
La competencia política tendrá entonces una batalla en súper libre, con la libertad de expresión como estandarte, mientras las regulaciones electorales (que atentan contra esa libertad) se pasan por alto olímpicamente. Viviremos la siguiente paradoja: “Nada irrita tanto como la libertad: los que la tienen no la soportan y los que no la tienen se matan por ella”. Reinaldo Arenas (Cuba, 1999).
Finalmente, las naciones que integren de manera legal y pacífica a los migrantes, tendrán el mayor capital cultural en el futuro cercano.
¡Feliz Navidad y Año Nuevo!