“Para quienes no encuentran trabajo o llegan con dificultades al fin de mes, su fracaso se reduce a que no tienes talento y empuje necesario para el éxito”.
¿Cómo explicar el fenómeno del fentanilo, droga que hoy acribilla a jóvenes y adultos estadounidenses? Tan solo en el 2021, E.EU.U. registró 108 mil decesos por esta causa.
Vuelve entonces la interrogante ¿cómo entender el consumo excesivo de este opioide sintético en la sociedad más avanzada del planeta? La excusa recurrente es culpar a los traficantes de drogas, a los migrantes ilegales y denunciar el fenómeno mediante la exhibición de imágenes apocalípticas de personas que deambulan con rostros desencajados y en estados de ánimo que van de la euforia a la somnolencia, depresión, locura y hasta agonía.
En un recorrido histórico, el uso de drogas se remonta a los rituales religiosos; después se descubrieron sus ventajas en la medicina y su efecto como incentivo para el placer y la felicidad, mejorar el rendimiento físico de los combatientes de guerras o ganar competencias deportivas y, en ocasiones, solo para vivir la experiencia.
En la actualidad los estudiosos consideran que vivir en estado de desesperación orilla a la adicción de drogas letales como el fentanilo, que por su alta demanda en E.E.U.U. se entrega incluso a domicilio, en presentaciones inyectable, aerosol nasal, gotas para los ojos, golosinas o pastillas.
Es imposible negar que la incertidumbre y desesperación social está relacionada con el fracaso del Sueño Americano (American Dream). El neoliberalismo impulsado en los años 80 por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, en E.E.U.U. e Inglaterra respectivamente, vendió la idea del libre mercado, la competencia entre particulares, y sobre todo la meritocracia, como fórmula para mejorar la economía de las familias en el mundo.
El sociólogo británico Michael Young, en su libro El triunfo de la meritocracia, se pregunta qué pasaría si un día se superaran las barreras de clase y todo mundo dispusiera de una verdadera igualdad de oportunidades basadas exclusivamente en el mérito personal. En un determinado sentido, eso supondría un motivo de celebración: los hijos e hijas de la clase obrera podrían -por fin- competir en pie de igualdad, hombro con hombro, con los hijos e hijas de los privilegiados.
Y es que la meritocracia, promulgada como sólido parámetro capitalista, hacía soñar que cursar una carrera universitaria aseguraba una vida de privilegios, que participar como emprendedor te llevaría a codearte con empresarios de éxito, y que para la población en general bastaba con un empleo para gozar de un salario suficiente para atender las necesidades de vivienda, salud, educación y entretenimiento. Todo se sintetizaba en la filosofía: “si quieres, puedes”.
Pero con el tiempo, la desconfianza en el funcionamiento de la triple hélice sistema-individualismo-meritocracia pasó factura. Su resultado es la desolación: el número de pobres va en aumento, los negocios cierran, existe deserción escolar en las universidades, la automatización de las fábricas genera desempleo, los salarios no alcanzan para lo mínimo indispensable. De ahí el síndrome de la desesperación.
En abril de 2020, a comienzos de la pandemia por el covid-19, Michel J. Sandel escribió el libro La Tiranía del mérito ¿Qué ha sido del bien común? donde rastrea el quiebre de la confianza ciudadana en el sistema económico. Para ese momento la frase “estamos juntos en esto”, slogan de una élite financiera, perdía sentido y derribaba su credibilidad de manera estrepitosa.
Ese razonamiento elitista certificaba una especie de ley de la selva social: sobreviven los más fuertes, los más aptos. Cero solidaridad y empatía, todo apostado a la preparación individual. Y si te fue mal, no te quejes: te lo mereces porque no te esforzaste lo suficiente.
En la actualidad, la desesperación social crece porque la idea de éxito asegurado ha colapsado. El fracaso de “la política de la meritocracia” deformó el sentido de comunidad y aumentó la brecha entre pobres y ricos.
En la realidad socioeconómica mexicana también aparecen síntomas preocupantes que hablan de desesperación por no alcanzar el éxito social; las alternativas van desde la migración ilegal a EE.U.U. y Canadá, sumarse a las filas de la delincuencia organizada, experimentar con drogas sintéticas o ahogarse en el alcohol, hasta problemas de estrés emocional, psicológico y la sumisión y conformismo ante el destino divino.
Entonces ¿el éxito o fracaso lo determina los esfuerzos personales o son consecuencia de una serie de factores externos que la mayoría de las veces están fuera de nuestro control? La respuesta debe ser colectiva, por el bien común y soñar que la meritocracia es posible.
M.E. Erasmo Marín Villegas
Periodista, profesor universitario de la UJAT, exconsejero distrital electoral del IFE.
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