Hay en las nuevas generaciones, un sentimiento de creer que todo se lo merecen, el cual hace que muchos anden bien perdidos y viviendo en Disneylandia, sin aterrizar en la vida real, esa que es dura, poco justa y llenita de sacrificios. La generación “X” nos hemos visto muy fraternales y permisivos, vaya, hemos rayado en la sobreprotección y la continua posición de querer resolverles la vida a toda costa, para que no tengan que sufrir lo que nosotros si apechugamos con gusto y harta entrega y dedicación.
Hasta donde recuerdo, antes todo se ganaba en casa, desde un permiso, un viaje, un cambio de ropa, vaya, hasta la educación. Hace por lo menos tres décadas no existían tantas alternativas privadas, lo que hacía que estuviéramos atenidos a pasar en los mejores lugares exámenes de admisión, en las únicas entidades gubernamentales, quienes daban cabida a solo los mejores, los de más alto promedio, los de mejor rendimiento, y era una lucha continua, de superación de esfuerzo, de anhelo por salir adelante y por construirse y reconstruirse una y otra vez, en cimientos de mejora.
Ahora, las nuevas generaciones, que están sobre expuestas, en todos los sentidos, con el alcance de un click pueden obtener lo inimaginable. Y ha adoptado personajes casi hasta de inalcanzables. Creen saberlo, poderlo y repito, merecerlo todo. Recuerdo que cuando estudiaba, anduve conociendo y pidiendo oportunidad en varias empresas, mis primeros sueldos fueron paupérrimos, pero uno asistía con la entereza de poder estar presente, aprender, aportar y estar listo para cuando se presentara una oportunidad, ser de los candidatos que hubieran demostrado que se merecían ingresar oficialmente en ellos. No decíamos “no”, ni poníamos peros, hacíamos todo lo posible por encontrar soluciones, por ser propositivos, por conocer, por distinguirnos, sabíamos que todo ese tiempo invertido sería valioso. ¡Y vaya que lo fue!
Siempre estaré agradecida de mis domingos a las siete de la mañana en famoso periódico veracruzano con el director de esa época, cita donde nos reunía y asignaba fuentes para poder producir la nota de la semana, donde hacía pedazos nuestras redacciones y nos retaba a lograr complacerlo demostrando que teníamos agallas, que queríamos aprender y que no había límites. Uf, no se imaginan como me sentí la primera vez que tuve una nota a ocho columnas, (escrita en conjunto con dos compañeras más que habíamos hecho una investigación exhaustiva sobre un tema en ese entonces de interés). No nos pagaron ni un céntimo, pero la experiencia fue valiosísima. Y así podría contarles muchas. Las cuales agradezco y son parte del repertorio, que 22 años después y en muchos ámbitos de la comunicación y la educación (que son mis dos ramas más fuertes) he vivido y que me respaldan para ser la profesional que soy. No me construí de la noche a la mañana. Y ahora, obvio, me siento con un poquito más de derecho de elegir y poder decir sí o no, a lo que quiero. Y sigo aprendiendo y reconociendo que todo esfuerzo siempre suma. Pero uy, las nuevas generaciones se niegan por completo a vivir el proceso. Creen que en el afán de no sentirse “abusados”, no tienen porque realizar algo si no es bajo un sueldo seguro, oficial y constante. Los observo, los escucho y al hacerlo lo único que se me viene a la mente es pensar, que a estos jóvenes nadie les ha aclarado que “Roma no se hizo en un día” Perdidos en todos los aspectos están, no me explico cómo y desde dónde acumularán experiencia, desde sus smartphones o sus pantallas? Se lo preguntaré a la almohada hoy si me da tiempo…mientras, voy a buscar qué otra cosa puedo seguir aprendiendo y en donde puedo seguir aportando. Linda semana, sígase cuidando y lavando las manos.
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