Se señala mucho que estas nuevas generaciones son de cristal, porque les cuesta mucho sobrellevar el tema de frustración, pero poco se habla del terrible trabajo que muchos padres de familia han realizado con la educación de sus hijos. Suena horrible lo sé, pero, tampoco estamos para seguir usando “pincitas” y seguir siendo tan cuidadosos rayando en ese extremo que solo genera problemas subsecuentes.
Yo siempre me he autocalificado como “madrastra de mis hijos”, pero sé que estoy lejana a la “madrastra” de madre que tengo yo. Que jamás ha tenido un gramo de sensibilidad ni empatía cuando las cosas se ponen difíciles en mi vida y que ha pesar de las tremendas tormentas, agradezco porque si de algo estoy segura es que no soy una “discapacitada social”, me rasco como puedo y resuelvo solita mis problemas sin lloriqueos ni dramas, que la mayoría de las veces nadie se imagina ni someramente. Sé que la sobreprotección no es exclusiva de estos tiempos, tengo amigos sobreprotegidos que ni cuenta se han dado, pero que no rayan en los extremos de ahora.
Sobreproteger a nuestros hijos es como ir dándoles en pequeñas dosis veneno y veneno del bueno eh, de ese que te mata lentamente hasta paralizarte por completo.
Yo sé que nadie nace sabiendo ser padre. Pero si algo podemos resaltar es que la educación que antes teníamos, con esos padres que se critican tanto y que sí, tampoco podemos negar que tuvieron garrafales errores, también tenemos que reconocer que nos acercaban (aunque muchas veces crudamente) a realidades concretas de las cuales teníamos que salir avante con las herramientas que contábamos, haciéndonos resilentes, luchadores, y crear ciertas armaduras con las que forjábamos algo de lo que poco se habla y es: carácter. Yo a carácter lo defino como el dominio inteligente del temperamento, con la ayuda de un poco de dolor, esfuerzo y trabajo. Ojo, esta es mi muy personal definición, la RAE lo define diferente, ahí le encargo que busque y encuentre su propia definición.
Me llama la atención por ejemplo, el argumento de Andra Escamilla, (¿la ubica?, se hizo famosa por el video viral nombrado como “soy tu compañere”) quien ataña su comportamiento ante no uso del pronombre “elle” (del que no me voy a detener a dar opinión porque es cosa de otra columna), por un momento previo de frustración al no recibir una prorroga solicitada al docente de la clase donde estaba, para la entrega de una tarea, ya que, por haber sido inoculada con la segunda dosis de la vacuna anti COVID-19, no había podido entregar a tiempo, (por aquello de la reacción) y aunado a no recibir la designación deseada con el pronombre “inclusivo”, pues desembocó en el llanto y en la escena que ya todos vimos. Un ejemplo claro de que nos falta poder sembrar más recursos resilentes en los jóvenes. Y sé que dirá “ah, pero resulta que entonces es un trabajo aparte” y sé que muchos no quieren llevar a cabo ningún esfuerzo extra, pero es ahí el meollo del asunto, no nos damos cuenta que se está haciendo de más. Al darles todas las comodidades, a crearles todas las atmósferas “correctas” al otorgarles todos los derechos. Y ojo, no es que quiera que se queden sin estos últimos. No. Lo que sí es que debemos trabajar más en el tema de que estos conllevan responsabilidades. Dejemos de aplaudirles y busquemos concientizarles más. Los tiempos venideros serán muy difíciles y más para ellos, a nosotros nos tocó un mundo todavía muy pleno. Pero es una realidad que a las nuevas generaciones no tanto. Por lo que con mucha más razón necesitan más fortaleza, en todos los niveles. Hay que hablarles mucho de trabajo, sacrificio, resistencia, esfuerzo y límites. Empezar a cambiar el discurso. Y retomar el “menos es más”. Estamos muy a tiempo. Nos lo van a agradecer ya verá.
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