Se ha dado cuenta lo rápido que vamos para todo. Parece que vivir apurados se nos ha vuelto un hábito tortuosamente placentero. Y sí, lo califico de placentero porque algunos, cuando no están viviendo aceleradamente caen en depresión.
Algunos postulan que incluso la Tierra está girando cada vez más rápido sobre su eje y por lo tanto, los días se han vuelto más cortos. ¡Pero no! Dejemos de estar haciéndole al cuento. La verdad es que no paramos, queremos exprimir las horas al máximo y lo que es peor. Nos exprimimos a nosotros al no querer detenernos. Y no nos cuesta nada. Lo malo es que nos están haciendo creer que, si no vivimos así, entonces no lograremos nada en la vida. Pero oiga, y entonces como hicieron nuestros antepasados, cuando no tenían que andar tan acelerados y sí tenían tiempo para todo. O por lo menos para las cosas más importantes, como charlar en familia, disfrutar de un amanecer, respirar, verse al espejo con detenimiento o simplemente tomar consciencia de que se vive mediante una desconexión sana y recurrente.
El movimiento lento, nacido en 1986, es una corriente cultural que promueve calmar las actividades humanas. Propone tomar el control del tiempo en vez de someterse a su tiranía, dando prioridad a las actividades que redundan en el desarrollo de las personas, encontrando un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al ahorro del tiempo y el tomándose el tiempo necesario para disfrutar de actividades como pasear o socializar. Los ponentes de este movimiento creen que, aunque la tecnología puede acelerar el trabajo, así como la producción y distribución de comida y otras actividades humanas, las cosas más importantes de la vida no deberían acelerarse.
Carl Honoré, autor del libro Elogio de la lentitud, es uno de los teóricos de este movimiento mundial que promueve un ritmo sosegado hasta en las actividades más cotidianas del ser humano. Para este periodista canadiense con residencia en Londres, una vida rápida es una vida superficial, de ahí que la lentitud no tenga nada que ver con la ineficacia, sino con el equilibrio.
Las ciudades, la comida, e incluso el turismo, son espacios vitales en los que sin renunciar a la tecnología, podemos mejorar nuestras experiencias simplemente olvidándonos un rato del reloj. El movimiento slow life promueve el equilibrio entre lo moderno y lo tradicional. No da la espalda a la tecnología ni a los avances de la era moderna pero siempre manteniendo la tradición del buen hacer. Cree en el pequeño comercio, en vez de en las grandes cadenas de supermercados. Cree en los productos de temporada, en vez de en la agricultura masiva con los mismos alimentos todo el año. El movimiento slow cree en la ropa de cercanía, hecha de manera artesanal, en vez de en las grandes multinacionales que explotan países pobres para conseguir prendas baratas. Existen varias tendencias slow, desde la comida, la ropa, las ciudades hasta la educación.
Una de las recomendaciones para seguir este movimiento es dejar atrás la autoexigencia, consumir menos, deshacerte de todo lo que no se use y sea inútil, olvidarse de las modas, cambiar los hábitos alimenticios, volviendolos lo más naturales posibles, haciendolo siempre en buena compañía, disfrutando el momento, deje el azúcar, plante su propia huerta, reduzca el consumo de energía eléctrica, recible, controle el uso del agua, compre productos a granel.
Yo sé que puede de pronto darnos risa o pánico y pensará, cómo voy a cambiar tan radicalmente, estaría saliendo de mi grupo social. Pero creo que no es cosa de adoptar todo de un tajo, sino de ir probando y quiza, nos podría gustar. La paz y la calma a todos nos benefician.
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