Ni todo lo de los gobiernos anteriores fue malo, ni todo lo que pretende hacer la 4T está equivocado.
Los gobiernos anteriores nos dejaron un gran legado en estructura institucional. Un modelo que pone a México en la vanguardia global, como lo es nuestra estructura electoral, muy cara pero eficiente. Hay otras instituciones autónomas que también operan con eficacia.
Lo malo es que aparejado a estas grandes aportaciones, quienes gobernaron antes crearon un sistema que derivó en un modelo de corrupción insostenible.
Por su parte, la cuarta transformación está orientada al combate a la corrupción y puede ser su gran legado si lo hace correctamente.
Para ser eficiente el combate a la corrupción la cuarta transformación requiere de esta gran estructura institucional que hoy ya existe, pero operando con voluntad política y compromiso, como la que motiva al presidente López Obrador, la cual no existió antes con Enrique, pero tampoco con Felipe ni con Vicente. Ellos crearon los instrumentos, pero los dejaron operar a medias y cuando se les salían de control daban un manotazo.
En contraste, el problema político de hoy no es de fondo, sino de forma y modales. Los modales no son democráticos, sino autocráticos. La frase “yo tengo otros datos” es el ícono del problema. Las decisiones no las toman quienes entienden los problemas específicos y son especialistas en su solución, sino un presidente omnipresente que controla todo, con las limitaciones propias de quien sabe de unos temas, pero no de todos.
De que el presidente es un líder social de gran influencia no cabe duda, pero si él se abocara a generar consensos, concordia y buena voluntad, no con frases estereotipadas, sino con el ejemplo de su conducta pública, congruente y democrática, mientras los especialistas hacen lo que saben hacer, otro contexto social y político habría hoy en el país.
Querer hacer justicia social con base en sus conceptos y preceptos morales personales y no de modo institucional, trae en su propia esencia el germen de su destrucción, pues dentro de seis años, quien esté a la cabeza del país, le dará otro giro y sus logros se perderán.
Un modelo moral de gobierno concebido y operado de forma unipersonal, solo puede ser impuesto a la fuerza, con el impulso del poder presidencial, absoluto, el cual es finito.
Sin embargo, lo que es capaz de trascender en el ámbito político y del estado, es el modelo institucional fuerte, que se convierte en el referente para quienes tomarán el cargo en el futuro.
Si el presidente piensa que su liderazgo podrá trascender los seis años, hay que recordar que ni Plutarco Elías Calles lo logró, aún poniendo a un hombre afín como lo fue Lázaro Cárdenas, quien lo puso de “patitas en el otro lado de la frontera” cuando se convirtió en un obstáculo para su proyecto personal.
Recordar también cuando Diaz Ordaz se quejaba de haber impuesto a Luis Echeverría y Carlos Salinas cuando creyó que podría manejar a Ernesto Zedillo, quien incluso metió a la cárcel a su hermano Raúl.
Quien recibe la banda presidencial y el poder, termina alejando a sus protectores.
A quienes les gusta la historia de nuestro país, debiesen poner atención en esta conducta, que a final de cuentas es muy humana.
La única garantía de que la cuarta transformación trascienda es apoyándose en la estructura institucional del Estado Mexicano. Que este es un trabajo más lento y exige concertación, es cierto, pero es la única garantía de que estas buenas intenciones que cualquier mexicano aplaude, como lo es el combate a la corrupción, podrá convertirse en un legado si se instrumenta correctamente.
El problema es que hay prisa y por ese desenfrenado interés de cambiar, se cometen atropellos que generan malestar, críticas y un estado de confrontación. Son los modales políticos y no el fondo de los cambios lo que genera conflicto.
Un gran líder logra su plenitud cuando se apoya en un gran equipo proactivo, que aporta su experiencia y conocimientos hacia la causa y el camino que él ha marcado.
En cambio, cuando el líder se vuelve omnipresente y omnipotente, cae en otros modelos de conducción política y social que tienen una pésima connotación y muy mala reputación en el mundo democrático de hoy.
Para que la cuarta transformación deje un gran legado, requiere trabajar de modo institucional. ¿Cuál es la prisa, cuando aún hay cinco años y medio de margen?
Con todo respeto a la investidura, vale la pena darse un respiro y en la soledad nocturna del palacio cerrar los ojos y dejar que los admirados espíritus que viven en el Palacio Nacional le hablen al oído y le ofrezcan inspiración para calibrar su proyecto político. Seguramente lo primero que le dirán es que este es un país muy diferente al que a ellos les tocó gobernar, muy complejo y en un mundo complicado. Que ya no se puede afrontar el reto unipersonalmente, sino apoyado en un gran equipo, muy profesional y con el respaldo de las instituciones.
En sus manos está su destino político personal y el del país, así como la oportunidad de trascender de verdad.
¿Usted cómo lo ve?
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