OPINIÓN

Dados cargados: Maduro y México

5 feb 2019 | Ricardo Homs

La postura tardía de nuestro gobierno ante la crisis de Venezuela levantó suspicacias pues pareciera estar pretendiendo darle oxígeno a Nicolás Maduro para que se reconciliara con la oposición y permaneciera en el poder.

Las simpatías de un importante sector de militantes de Morena con este dictador son inocultables.  No sólo con declaraciones a su favor, sino la invitación para visitar a México para presenciar la toma de posesión del presidente fue inesperada.

A través del argumento de “no intervención y libre determinación de los pueblos”, que consta en nuestra Constitución Política, México trató de mantenerse al margen. Sin embargo, de esta forma estaba interviniendo en la política interior de Venezuela al reconocer la elección fraudulenta con la que se reeligió Maduro.

La postura de España, que declara que su interés no es quitar ni poner gobiernos, sino garantizar elecciones justas, es más respetuosa de la libre determinación por parte de los venezolanos, que la de México, que pretende que a través de la negociación permanezca Maduro en la presidencia ganada con una elección fraudulenta.

Es cierto que la forma en que se gestó la proclamación de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, con el inmediato beneplácito de Estados Unidos y su presidente Donald Tump, fue interpretado por algunos países como “el beso del diablo”, pues representaba una injerencia directa de Estados Unidos, con actitud hegemónica. Sin embargo, la necesidad de exigir nuevas elecciones en ese país es incuestionable.

El diálogo y la negociación entre Maduro y la oposición hoy es una opción inviable.

Los juegos de palabras esconden y obstaculizan llegar a la verdad. Al invocar el principio de “no intervención y libre determinación de los pueblos”, que le ha dado respetabilidad a México durante decenios, en esta ocasión, con acciones como la actual, México estuvo difundiendo el mensaje opuesto.

El concepto de “autodeterminación de los pueblos” es una falacia ingenua cuando no hay equilibrio de fuerzas ni respeto a un proceso electoral. 

La Doctrina Estrada, creada por el diplomático mexicano Genaro Estrada en 1930 y que está descrita en la fracción décima del articulo 89 de nuestra Constitución, es una visión humanista de las relaciones internacionales, pero requiere una interpretación para hacer justicia a su esencia.

De este modo, durante decenios, México practicó esta postura que se centra en la “no intervención”, pero a su vez, se opuso a las dictaduras del siglo XX.

Que Nicolás Maduro no sea militar, no le quita el calificativo de dictador, que a partir del uso del terror y la violencia se deshizo de la oposición venezolana hasta nulificarla. Muchas de las formas en las que se esconden las dictaduras, es a partir de elecciones espurias, que maquillan la realidad y dan apariencia de democracia.

 La convocada por Nicolás Maduro en diciembre, ha sido calificada como una “elección de estado”, o sea un proceso electoral dominado y controlado por los organismos gubernamentales para sacar la elección a favor del gobernante en el poder.

Quizá el actual gobierno de México no ha dimensionado que en el ámbito de las percepciones la cercanía con Maduro construye similitudes que hacen suponer caminos paralelos para México, generando preocupación entre inversionistas nacionales y extranjeros, lo cual puede frenar la llegada de capital que genere empleos.

Hoy el mundo se mueve por percepciones y suposiciones.

México siempre tuvo como principio básico su rechazo a las dictaduras. No olvidemos que desde que el general Francisco Franco asumió el poder, después de la Guerra Civil Española y se quedó gobernando dictatorialmente durante 36 años, México no reconoció a su gobierno. El rechazo de México a la dictadura del general Augusto Pinochet fue de gran significación para el pueblo de Chile, lo mismo que no reconocer al gobierno militar argentino, entre otros casos emblemáticos de la diplomacia mexicana.

En cambio, al reconocer al gobierno espurio de Nicolás Maduro, el gobierno mexicano no se mantiene al margen, sino que le está dando un aval de legitimidad.

Sería incongruente que un gobierno que surgió a partir de un proceso democrático impecable apoye a un gobierno surgido de unas elecciones sucias. El apoyo a Nicolás Maduro significa obstaculizar el libre juego democrático que debe tener Venezuela.

México ha construido a lo largo de los años una reputación que hoy podría destruir por una equivocada interpretación de la doctrina Estrada, al respaldar a un gobierno nacido de una elección fraudulenta.

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