OPINIÓN

El legado

6 feb 2022 | Ricardo Homs

No es lo mismo un testamento que el legado. El testamento es la voluntad de alguien que pretende dejar un legado o una herencia.

Generalmente, a quien deja a otros sus propios bienes, -o sea, los de su propiedad-, la ley le protege para garantizar que sus deseos sean respetados.

Sin embargo, un testamento político no es mas que un mensaje que describe los deseos y expectativas de quien lo redacta. El legado que recibirá el país como herencia de un régimen gubernamental no siempre corresponde a las intenciones del testamento de quien lo redactó, pues nadie puede decidir de forma definitiva por el futuro de lo que no le pertenece. Una nación no es propiedad de ningún presidente. El tiempo lo dirá… la realidad siempre se impone bajo las presiones del entorno y de las interpretaciones del resto de los ciudadanos.

Es necesario entender que un presidente, -o cualquier gobernante-, sólo es el administrador temporal de los bienes de la nación o de su comunidad. Sin embargo, -al final-, su gestión será juzgada por la sociedad de forma inexorable.

En el legado del presidente López Obrador estarán sus tres obras cumbre, pero también sus daños colaterales. La depredación ambiental que forzosamente lleva la construcción del Tren Maya, así como el encono e injusticias derivadas de las expropiaciones de terrenos que se realizarán para introducir vías, además, de una inversión estratosférica que no se recuperará jamás, pues las utilidades de su operación el presidente ya se las cedió al Ejército.

Otro legado será la vulnerabilidad de la refinería de Dos Bocas, que siempre estará expuesta a las inclemencias climatológicas y ambientales, por su ubicación geográfica. Simplemente las lluvias generadas por el frente frío número 21, -de mediados de enero pasado-, provocaron graves encharcamientos. En algunas zonas de esta obra en construcción el agua llegaba hasta las rodillas de los trabajadores.

Este proyecto inició de modo inverso, pues en lugar de buscar la ubicación geográfica que ofreciera las mejores condiciones, se partió del deseo de dotar a Tabasco de una gran refinería.

Además, el haber sepultado bajo el agua al aeropuerto de Texcoco, -lo cual significa grandes pérdidas económicas para el país, simplemente para evitar que otro gobierno pudiera rescatar este proyecto en el futuro-, es otro legado del actual presidente.

El aeropuerto de Texcoco podría haber dado un gran impulso a la economía de México desde la perspectiva turística, así como estimular el desarrollo del mercado logístico.

A cambio, se edificó un aeropuerto modesto como el Felipe Ángeles, que lleva integrados en sus costos de construcción la cancelación de la mega obra del aeropuerto de Texcoco.

El legado de este gobierno no sólo se compone de bienes materiales, -como son sus obras-, sino también los resultados intangibles de su gestión: en la economía, en la salud, en la seguridad pública, en la justicia y en la educación, las cuales conforman las condicionantes que impactarán la vida de los mexicanos durante los próximos años.

El perfil del legado de un presidente se deriva de su estilo personal de tomar decisiones y ejercer el poder.

El ejercicio del poder absoluto, -como lo tiene este presidente-, tiene un efecto determinante en la psicología humana. Quien lo alcanza se vuelve adicto a él y no entiende que lo recibe prestado, sólo durante un periodo. Lo asume como indefinido, suponiendo que podrá ampliarlo más allá de su mandato dejando como sucesor a un incondicional. Sin embargo, se equivoca, pues quien lo hereda, -apenas se siente dueño de él-, también termina siendo presa de la misma maldición y lo interpreta como propio.

De este modo, si analizamos la historia de México durante el periodo priísta, iniciado con la fundación del PNR en 1929, -partido antecesor del PRI-, descubriremos una larga secuencia de rompimientos entre presidentes fuertes y sus antecesores.

Hasta alguien tan visionario como Plutarco Elías Calles se equivocó en su estrategia para seguir controlando el poder más allá de su mandato constitucional.

Durante el periodo de inestabilidad política que se inició con el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón en 1928 y la gestión temporal de tres presidentes que se sucedieron en el cargo, gobernando periodos cortos durante un mismo sexenio, Plutarco Elías Calles ejerció una influencia política determinante.

En este contexto político fue que un joven presidente de 39 años de edad llamado Lázaro Cárdenas rompió con el poderoso líder máximo de la revolución, el expresidente Calles, y lo envió exiliado a Estados Unidos el 10 de abril de 1936, con lo cual puso fin al periodo denominado “el maximato”, que describe el modo en que el general Calles ejerció el poder durante la presidencia de sus tres débiles sucesores.

A partir de este hecho histórico se repitió esta conducta. Cuando un presidente fuerte quiso extender su influencia utilizando la supuesta lealtad de su heredero para mantener su poder durante el gobierno de su sucesor, surgió la práctica del rompimiento entre ambos, como un modo de fortalecer el liderazgo del que hereda el poder.

Es sabido que el presidente Díaz Ordaz se sintió decepcionado por la actitud de su sucesor, Luís Echeverría, quien había sido un dócil secretario de gobernación mientras este presidente poblano gobernaba y por ello lo impulsó hacia la presidencia, seguramente esperando seguir teniendo una fuerte influencia política en el país. Sin embargo, el presidente Echeverría reivindicó para sí el control absoluto del poder.

La relación entre el carismático presidente José López Portillo y su amigo Luís Echeverría, -su antecesor-, se enfrió cuando el primero decidió tomar para sí el control absoluto del poder presidencial.

Carlos Salinas de Gortari no tuvo problema para ejercer el poder de modo unipersonal, teniendo como antecesor a un presidente totalmente institucional y respetuoso de las formas democráticas, como lo fue Miguel De La Madrid.

Sin embargo, quien parecía ser un presidente débil al inicio de su gobierno, -Ernesto Zedillo-, no sólo rompió con su antecesor, -Carlos Salinas-, sino que metió en la cárcel a su hermano Raúl y tomó el control absoluto.

Durante la alternancia, periodo que va del año 2000 al 2018 el modelo presidencialista se desdibujó para dar paso a un perfil democrático con partidos de oposición fuertes.

Parece ser que se nos olvida el impacto de los ciclos sexenales que vivió México durante más de sesenta años, que significaban un cambio de estilo de gobierno a partir del inicio de la era del presidente que llegaba a gobernar bajo sus personales reglas. Nuestra economía resentía el impacto de estos ciclos.

Sin embargo, hoy, ante el regreso del presidencialismo como forma de gobierno, en el cual el titular del ejecutivo acumula poder como ya no había sucedido durante lo que va de este siglo, surge mucha inquietud respecto al futuro. ¿Qué tanto tiempo permanecerá la 4T gobernando?

Recurriendo a las enseñanzas que nos deja la historia reciente podremos decir que aún impulsando el presidente López Obrador a su candidato, -con el apoyo de sus simpatizantes-, si este llegase a gobernar, se enfrentará a una disyuntiva: o deslindarse de su antecesor y de su proyecto, -la 4T-, para asumir plenamente el poder que le confiere el cargo, o tener que reconocer que será un presidente débil que tendrá compartir el poder con la oposición, pues aún teniendo el respaldo de López Obrador, este ya no tendrá los medios para hacer política como lo hace hoy, que utiliza a su conveniencia los recursos del Estado Mexicano. Para este presidente, que iniciará su sexenio en 2024, la consulta para revocación de mandato posiblemente sea un verdadero dolor de cabeza.

La gran diferencia entre México y países como Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, entre otras naciones de Latinoamérica con perfil autocrático y dictatorial, es que en México no existe reelección presidencial. El mismo presidente López Obrador no podría traicionar sus principios y valores pretendiendo derogar este principio básico de la identidad política de nuestro país, como tampoco lo hicieron sus antecesores. Tendría que conformarse con tener influencia política dejando a un incondicional que durante seis años renuncie a ejercer plenamente el poder según su criterio, como lo define nuestra Constitución.

También tenemos que reconocer que la fuerza de este presidente reside en su carisma personal y que, aunque el poder se puede delegar o hasta heredar, el carisma es un atributo personal que no se puede endosar, pues cada quien debe desarrollarlo como traje a la medida.

El problema para lograr nuevamente la alternancia partidista, -que ha sido uno de los grandes logros de nuestra democracia en lo que va de este siglo-, es que hoy los partidos de oposición se ven pequeños e incapaces de capitalizar el desgaste natural que impactará a MORENA apenas el presidente López Obrador deje el cargo en 2024.

En las últimas elecciones, del 2021, los partidos de oposición se vieron mezquinos acaparando para sus dirigentes las mejores candidaturas, en lugar de dar prioridad a los militantes más competitivos e incluso, abrir un porcentaje de esas posiciones para candidaturas externas.

Podríamos concluir que en política nada es para siempre, pues dentro de MORENA ya están los rompimientos por ambiciones personales.

El futuro es una moneda al aire, en la que los testamentos políticos son utopías.

PRISAS Y RIESGOS

Es tal la prisa por terminar de construir el Tren Maya a fin de este sexenio, -para poder inaugurarlo como lo hacían los antecesores de nuestro presidente-, que se están cometiendo los mismos errores de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México. Quienes toman las decisiones y quienes lo construyen no perciben los riesgos futuros a los que someten a esta obra.

La Línea 12 del Metro de la Ciudad de México fue inaugurada apresuradamente por el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard, a unos días de terminar su mandato en 2012 y a poco tiempo de concluida se empezaron a descubrir vicios ocultos y errores de diseño y construcción.

La historia de la Línea 12 es de todos conocida.

NUBARRONES EN LA DIPLOMACIA MEXICANA

El conflicto con Panamá que inició por la solicitud de la cancillería de ese país solicitando a México que no solicitase el beneplácito para la designación de Pedro Salmerón como embajador en ese país centroamericano se complicó por los comentarios desafortunados del presidente López Obrador.

¿Quién le podrá decir que en los protocolos diplomáticos existen valores entendidos que exigen discreción y cautela?

Poco antes detonó el diferendo con España por el retraso en otorgar el beneplácito a la designación de Quirino Ordaz Coppel como embajador en ese país, como respuesta a fallas en el protocolo, pues el procedimiento internacionalmente aceptado inicia con un sondeo informal de nuestra cancillería con el país anfitrión, antes de formalizar la designación por parte del país solicitante.

Sin embargo, nuestro presidente prefiere exponer en la mañanera sus planes antes que cumplir con los protocolos.

Hoy exhibe a la canciller panameña en la conferencia “mañanera” calificándola como la versión contemporánea de la “santa inquisición”.

Es urgente que los diplomáticos de carrera se manifiesten expresando su opinión, antes de que suceda algún conflicto grave con algún otro país.

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