El silencio del gobierno de México frente al fraude electoral y la represión en Nicaragua, así como ante la represión ciudadana en Cuba, nos describen la doble moral de nuestro gobierno. Se lanzan agresivas críticas cuando se trata de gobiernos ideológicamente opuestos, pero hay un silencio cómplice cuando son afines.
La imagen humanista que pretendió dar México con la propuesta del presidente López Obrador al Consejo de Seguridad de la ONU, contrasta con este silencio cómplice frente a las dictaduras latinoamericanas de izquierda, que tienen a su pueblo viviendo en la pobreza.
La Doctrina Estrada, a la que hoy invoca este gobierno para hacerse de la vista gorda respecto a gobiernos dictatoriales, no está bien aplicada.
Esta define que México no otorga reconocimientos a la legitimidad de gobiernos extranjeros, pues promueve la autodeterminación de los pueblos, es cierto. Sin embargo, también define que México se reserva el derecho de mantener, o no, representantes en otros países, así como de recibirlos.
De este modo, sin calificar ni reconocer, o dejar de reconocer, o certificar la legitimidad de un gobierno, el presidente Lázaro Cárdenas rompió relaciones con el gobierno de Francisco Franco y sólo las retomó hasta después de la muerte de este en 1975, con el surgimiento de la democracia española.
A su vez, frente a las dictaduras latinoamericanas de los años sesenta y setenta, el trato fue similar.
El apoyo a Fidel Castro representó la excepción en la aplicación de la Doctrina Estrada.
En contraste, que este gobierno esté promoviendo el reconocimiento al gobierno de Nicolás Maduro y la petición realizada al gobierno del presidente Joe Biden de cancelar el embargo comercial con el que Estados Unidos ha castigado a Cuba, desde 1960 parcialmente y de forma más radical a partir de 1962, va en sentido opuesto a la política humanista que caracterizó a México como anfitrión de los perseguidos políticos.
Al amparo de la Doctrina Estrada se protegió a la población, en contra de los gobiernos dictatoriales.
Sin embargo, la mediación política que gestiona el actual gobierno de México significa intervenir en la vida de esos países, donde la población hoy lucha por obtener las libertades y calidad de vida que tenemos los mexicanos. Esta política exterior practicada por la 4T significa apoyar a unos gobiernos dictatoriales para que continúen oprimiendo a su propio pueblo.
Traer como invitado de honor a la conmemoración de nuestra independencia a Díaz Canel, presidente de Cuba, representó un reconocimiento de legitimidad de México hacia ese gobierno dictatorial.
Simplemente retirar embajadas sin hacer declaratorias, sería suficiente para respetar la Doctrina Estrada, que fue la respuesta que dio el gobierno mexicano en 1930 a un contexto post-
revolucionario, en el cual nuestro país resintió los intentos intervencionistas de las grandes potencias.
El contexto internacional entre 1930 y hoy ha cambiado. Han transcurrido más de 90 años y vivimos la era de la globalización y la interconexión en tiempo real. El mundo no sólo se convirtió en la “aldea global” que previó el académico norteamericano Marshall McLuhan en los años sesenta, sino en un gran “patio de vecindad”.
Hoy los valores universales como lo es la libertad: ¿dónde quedan, para la actual política exterior mexicana?
Si usted descubriese que en casa de un vecino se está violentando a alguien… ¿no está obligado a denunciarlo ante las autoridades? De no hacerlo, usted se convierte en cómplice involuntario.
No importa que el hogar de ese vecino sea un espacio privado, el acto es reprobable y los derechos de la víctima están por encima de los del propietario del inmueble, que asume el rol de agresor.
Por tanto, si en un país hay represión en contra de los disidentes, como ha sucedido en Cuba durante las últimas semanas y en la manifestación del pasado 15 de noviembre, así como también en Nicaragua, -con motivo de las elecciones presidenciales-, esto es equivalente a lo que hoy se interpreta como un valor social ineludible, que es el derecho de cualquier ciudadano a vivir en libertad.
La Doctrina Estrada, -que ha sido el eje de la política exterior mexicana-, necesita ser reconsiderada, pues las condiciones políticas que le dieron origen ya no responden al contexto actual, regido por la globalización.
La Doctrina Estrada respondió a las condicionantes que vivió México en 1930, al fin de la Revolución Mexicana. Hubo intentos intervencionistas provenientes del extranjero que se dieron aprovechando el desorden y la inestabilidad que caracterizó a ese conflicto armado.
A casi cien años de distancia de aquellos tiempos peligrosos para los países vulnerables e indefensos frente a las grandes potencias, el riesgo de intervenciones armadas es mínimo, pues existen organismos internacionales fuertes, como la ONU, que median en los conflictos entre naciones.
Vivimos tiempos de globalización en que la transparencia genera certeza. La Doctrina Estrada se ha estado convirtiendo en un argumento “comodín” que permite a cada gobierno que llega al poder, actuar con discrecionalidad, invocando a una reinterpretación de este planteamiento diseñado por el canciller Genaro Estrada, para un mundo que ya no existe como tal.
Hoy no hay un valor más importante, que la protección al valor universal de la “libertad” y los derechos ciudadanos.
Es fundamental replantear este gran mito de la diplomacia mexicana para que responda a las responsabilidades que hoy tiene un país tan importante como lo es México, de cara a la comunidad internacional.
EL JUEGO DEL CALAMAR
Esta serie de televisión de Netflix es un éxito rotundo. Es de violencia extrema. Sin embargo, nos señala en modo de alerta, el surgimiento de un fenómeno psicosocial sumamente peligroso.
Nos describe la psicología de las nuevas generaciones, esas que por pertenecer a los segmentos socioeconómicos vulnerables han nacido en un contexto de privaciones, sin esperanza de futuro y en el ámbito de la sobrevivencia y la violencia.
Esta serie nos deja ver cómo ellos se aferran a una oportunidad, ilusionados con alcanzar una gran riqueza con gran inmediatez, aunque para lograrlo arriesguen su vida con un alto porcentaje de posibilidades de morir en el intento.
Sin embargo, arriesgar su vida forma parte de un juego perverso, pues su vida no tiene el mínimo valor para quienes desde una posición de poder la utilizan para satisfacer su necesidad de diversión.
Esta trama de alto contenido psicológico nos describe las motivaciones humanas necesarias para la sobrevivencia en situaciones de alto riesgo.
Sin embargo… ¿No nos describe el contexto psicosocial actual de México, donde las nuevas generaciones son enganchadas por la delincuencia organizada, que las utiliza como carne de cañón para lograr sus objetivos económicos y de poder?
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