La historia ha sido manipulada siempre desde el poder, como un medio de justificar y racionalizar los deseos y ambiciones de quienes tienen el control político de un país. Sin embargo, este es un fenómeno global.
Pedro Salmerón, quizá el historiador con mayor influencia en el círculo cercano al presidente López Obrador, publicó en el FCE su nuevo libro titulado “La batalla por Tenochtitlán”, en el cual reconoce que no existió una conquista militar de un ejército extranjero, o sea el español, sobre el pueblo mexica. Esto significa que no hubo una victoria militar de los españoles sobre el imperio azteca, pues el número de soldados ibéricos que participaron no habría sido capaz de lograrla.
Podríamos no estar de acuerdo en algunos planteamientos de la visión de Salmerón, sobre todo en la interpretación de algunos acontecimientos, pero poder coincidir en un punto central, como lo es este, referente a la caída de Tenochtitlán, representa, por la influencia de él en el actual gobierno lopezobradorista, un avance que concilia la interpretación histórica de este hecho.
Significa el consenso de que no hubo derrota lograda por una potencia extranjera occidental sobre el mundo indígena, y por tanto, los mexicanos debemos liberarnos del sentimiento de ser un pueblo “vencido”, constituido como nación a partir de una derrota.
Los datos históricos reconocidos nos hablan de un contingente militar español, que, según las cartas de relación enviadas por Hernán Cortés al rey de España, estaría conformado por una cifra cercana a los 850 soldados. El mismo Cortés define al contingente indígena conformado por 136 mil guerreros, entre tlaxcaltecas, -enemigos directos de los aztecas-, así como los totonacas, que fueron los primeros en aliarse con Cortés, cholultecas y otros pueblos sojuzgados por los mexicas.
Por tanto, el nacimiento como la nación que hoy vive en nuestro territorio no surgió de una derrota a manos de un ejército extranjero invasor, sino de una revuelta o insurrección del mundo indígena, a partir de la cual todos los pueblos y las etnias que hoy conforman México, a lo largo de muchos años, después de 1521, se fueron integrando en una concepción de geografía política que hoy nos da una identidad nacional.
Debemos reconocer que independientemente de que no haya triunfado una invasión militar, las alianzas indígenas se habían dado alrededor de Hernán Cortés, el líder político que las integró a través de su influencia y carisma personal, pero estas no continuaron a partir de que se logró el objetivo fundamental de aniquilar el imperio mexica que los tenía sojuzgados y era el enemigo común. Por ello, a partir de esta reestructuración geopolítica que se inició en agosto de 1521, surgió una invasión cultural que concluyó en el control político de este territorio a favor de la corona española y se mantuvo a lo largo de 300 años.
Si los pueblos que se unieron contra del imperio azteca hubieran mantenido su compromiso después de la victoria, seguramente la historia hubiese sido otra, pues Cortés hubiese negociado con sus aliados su parte del botín y hubiese regresado a España a disfrutarlo.
En contraste, se dio el proceso histórico de reestructuración del mundo indígena, que integró jurídicamente en un único gobierno virreinal a pueblos diversos y a etnias.
Por tanto, la enseñanza que nos deja el análisis histórico de lo acontecido hace 500 años, hoy, a cinco siglos de distancia, es que divididos de modo maniqueo a partir de clasificaciones que se derivan de la visión ideológica de la arcaica “lucha de clases”, la confrontación nos vuelve vulnerables.
Divididos como estamos a partir de clasificaciones socioeconómicas, como acostumbra plantear la retórica ideologizante, nos volvemos vulnerables como nación ante la toma de control de grupos de poder fáctico, como lo es la delincuencia organizada, que pese a la negativa del gobierno federal de reconocerlo, se hizo presente en las pasadas elecciones del 06 de junio en varias regiones, tomando control de ayuntamientos y otros cargos de elección popular.
Enrique Krauze, en entrevista para El Universal respecto al papel de historiador, dice que “es más importante comprender que juzgar, el historiador no está para juzgar, la historia no es un tribunal”.
Esta es una visión con mucho sentido común, pues debemos dejar de seguir juzgando la historia lejana con los valores morales y sociales de hoy.
Lo que sucedió hace 500 años en nuestro territorio debe ser comprendido en función de las condicionantes prevalecientes en ese contexto y con los valores morales vigentes en la época.
Esperemos que este próximo 13 de agosto, en que se conmemoran los 500 años de la caída de Tenochtitlán, podamos dar a este acontecimiento histórico un sentido de conciliación y entendamos que si una lección nos da la historia es que la confrontación nos vuelve vulnerables ante los grandes peligros que hoy acechan a la sociedad mexicana.
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