Donald Trump recargado: Más polémico, más Trump
Si pudiésemos describir con una canción al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, número 47, Donald J. Trump, ¿cuál sería? Considerando la forma en la que ha sacudido al mundo entero al inicio de su segundo mandato y cómo ha puesto de cabeza los mercados internacionales, dándole sin “querer queriendo” una zancadilla al dólar, pareciera que la rola que mejor le va es aquella que popularizaron el grupo de actrices “Siempre Reinas” de la famosa serie mexicana de Netflix. La canción titulada “No me importa”, escrita por José Luis Roma, parece cobrar sentido con el presidente Trump cuando le dicen: “No es Golfo de América, sino Golfo de México, señor”, y él responde: ¡No me importa! O cuando le aclaran: “Señor, Justin Trudeau no es el gobernador, sino el presidente de Canadá”, y Trump vuelve a contestar: ¡No me importa!
La personalidad impredecible de este magnate, ajeno en sus inicios a la política, es la característica más perceptible de su imagen pública. Esto pone de manifiesto que una gran imagen pública no necesariamente equivale a ser una buena o mala persona. Pensemos en Adolfo Hitler, quien construyó una imagen única, sólida y coherente, pero ello no fue equivalente a su calidad moral. Entonces, ¿qué tiene Donald Trump? ¿Qué lo llevó a convertirse nuevamente en el líder de la potencia hegemónica más grande del mundo? ¿Cómo se ganó al electorado?
La amalgama perfecta entre su discurso, la convicción con la que se expresa y su espíritu decidido conquistó no solo a los americanos, sino también a los latinos. Este logro se puede entender porque es él mismo, sin caretas, genuino incluso cuando dice locuras que está decidido a implementar. Su éxito también se explica por un racismo compartido en silencio, aunque latente a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Como dice el dicho: “Afortunado en el juego, desafortunado en el amor”.
Parando la “Trump…ita”
La nota del día no fue solo su toma de posesión, sino cómo un sombrero de diseñador se interpuso entre la ahora pareja presidencial. ¿Casualidad o premeditación? Eso no importa, tal vez. Ahora Trump deberá entrenar para besar a su esposa mientras porta sombrero. Pero mientras eso sucede, este suceso público despertó en el rostro de Donald Trump una molestia muy particular, después de la “trumpadita” que quedó en el aire tras su fallido intento por sellar con un beso su feliz momento presidencial.
Trump no tolera no salirse con la suya. Mientras tanto, Melania logró su primera misión de lo que, a partir de ahora, será una encomienda permanente: pasar desapercibida lo mejor que pueda, hasta el punto de mimetizarse con el ambiente. En conclusión, no se verán como una pareja feliz, pero sí como una pareja presidencial.
Para cerrar, el vestuario de Trump no solo reflejaba autoridad, sino que también proyectaba una percepción de realeza, algo que parece ir acorde con su renovado mandato. Aunque eso no significa que los demás lo perciban de la misma forma, su actitud y estilo dejan claro que él se siente y se quiere ver como parte de la realeza. Un Trump 2.0, recargado y, para bien o para mal, genuino.
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