OPINIÓN

Industria de la felicidad y anhelo de vida

28 nov 2024 | Erasmo Marín Villegas

El anhelo de más vida es elementalmente humano. Lo es también el deseo de felicidad: vivir con optimismo, autoestima, salud, éxito personal y, en tiempos recientes, en armonía con la naturaleza. Encubierta en la psicología positiva, los servicios de coaching ofertan congresos de  autogestión emocional, consultorías profesionales para la mejora personal y aplicaciones móviles para dominar el estrés; la clave es el bienestar individual, el sentido de la existencia y de la realización personal. 

En otras épocas, estos deseos humanos correspondían a la esfera de la filosofía y la psicología; en los tiempos modernos son parte de la maquinaria capitalista. Las ilusiones de más vida y de felicidad son fuente de inspiración para libros de autoayuda. Modernidad oportunista. “Fortalece tus virtudes, evoluciona a tu máximo potencial,  alcanza tu felicidad”. “Queremos que seas mejor persona, trabaja tu interior, tu ser” son lemas recurrentes de libros aspiracionales que comercializan con la sensibilidad humana.     

Los buscadores del elixir de la felicidad y la vida eterna están más activos que nunca. En la actualidad sus narrativas se relacionan con la aparición de alienígenas en las profundidades del mar, extraterrestres que por siglos esperan ser rescatados por seres provenientes de otros planetas. En sus expediciones por los océanos, los científicos de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA) anhelan capturar a los alienígenas para descifrar el enigma de la regeneración constante de moléculas y así alcanzar la inmortalidad. La estancia milenaria en la tierra de los primos del ET se atribuye a que se alimentan de sustancias localizadas en cordilleras marinas.

La búsqueda de la vida eterna tiene su historia. En la Edad Media los alquimistas (del griego chyma, que designa la acción de fundir o derretir metal) hablaban de la piedra filosofal, especie de líquido mágico al que se le atribuía poder para curar todos los males. Y todavía más: se competía para encontrar la infusión de la eterna juventud. Inmortalidad. No andaba desencaminado el Eclesiastés bíblico (3:11) que en parte dice: “Dios ha plantado la eternidad en el corazón del hombre”.

Para descubrir el elixir de la vida, la cultura china experimentó con diversos minerales, incluyendo el cinabrio (sulfato de mercurio), jade y oro. El emperador Qin Shi Huang, unificador de China, destinó tiempo de su existencia a encontrar el remedio que le garantizara vida eterna; al final, confió en que resucitaría y ordenó a sus súbditos construir el ‘Ejército de Terracota’: 8 mil soldados, caballos y carros de cerámica y bronce que siguen en pie. Las estatuas esperan. No hay noticias del emperador.

En la Biblia, el concepto de inmortalidad se relaciona con el amor leal a Dios y se menciona por primera vez en el libro de Génesis al describir cómo por desobediencia Adán y Eva fueron expulsados del jardín de Edén, lugar paradisíaco donde la vida es eterna, y así pasaron a la existencia imperfecta que conlleva vida con sufrimiento, envejecimiento y muerte.

La filosofía tomó otro camino: después de aceptar que la vida tiene un final terrenal, se creó  el concepto de felicidad, cuyo término griego es eudemonía: bien y espíritu. Bienestar espiritual. Para Aristóteles, la felicidad es el fin que busca todo ser humano, es decir, el bien es el mayor deseo que guía a todas las acciones humanas, sustentadas en el pensamiento, la justicia y la razón.

En los siglos XIX y XX, el concepto de felicidad tuvo definiciones complejas, como la de Federico Nietzsche, que consideró que para alcanzar la felicidad se tenía que aceptar que Dios ha muerto, para después producir un hombre superior: el súper hombre (Ubermensch).

Por otra parte, para Arthur Schopenhauer la felicidad es un acto de la voluntad humana, porque el individuo con voluntad se impone a sus circunstancias; y para Albert Camus el hombre muere y no es feliz. Por ello, la existencia es rebeldía.

El pragmatismo de Martín Seligman lo llevó en los años 90 a romper con la visión tradicional de la psicología para crear una nueva Ciencia de la Felicidad y estudiar en qué consiste la buena vida y descubrir las claves psicológicas del crecimiento personal. “Las personas no florecen porque les vaya mejor en la vida, sino que les va mejor en la vida como resultado del florecer y crecer personalmente”  ese crecimiento solo es posible comprando pastillas de placebo en el mercado de la felicidad.

Entre la inmortalidad y la felicidad, anhelos inmemoriales del ser humano, la vida sigue. Sugerencia: no participe de la industria de la felicidad. Quizás será más feliz.

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