OPINIÓN

La soledad multiplicada es mala consejera

16 ago 2023 | Erasmo Marín Villegas

“Si vos sentiste el dolor de la soledad, acércate aquellos que están solos”: Papa Francisco

 

¿Cómo piensa y actúa usted ante situaciones límite? ¿Cuál es su reacción al no encontrar empleo, al no poder ayudar a un familiar enfermo, ante un rompimiento amoroso o una acción violenta? ¿Qué pasa por su mente al reprobar un examen escolar, al disentir de las decisiones de su jefe en el trabajo o simplemente cuando siente que Dios no escucha sus ruegos?

 

La mayoría tiende a buscar consuelo en las personas que conforman su núcleo de confianza: familiares, amigos o religiosos con quienes comparte sentimientos, preocupaciones y proyectos, pero hay otra buena parte de la población que ante esto decide aislarse y cerrar su dormitorio con el letrero de No Molestar, engrosando cada vez más las cifras de lo que los especialistas en psicología denominan Enfermedad de la Soledad. Ese sentimiento de incomprensión parece arrasar a una generación acelerada por las hormonas del estrés (cortisol, noradrenalina, tiroides, gonadales, adrenalina) y tener efectos nocivos en la salud mental y física. Se trata de una soledad negativa.

 

En otros tiempos, la soledad se aposentaba en la tercera edad y era común ver a los abuelos descansando en su recámara pues su deterioro físico los alejaba del bullicio de la sala, el comedor y la cocina. Paradójicamente, en  la actualidad el sentimiento de soledad prevalece entre jóvenes y adultos; todo indica que no es suficiente estar rodeado de personas y contar con herramientas tecnológicas de comunicación. La melancolía, la tristeza y el aislamiento por estrés están ganando terreno.

 

Este problema social llevó a países como Reino Unido en el 2018, y Japón en el 2021, a establecer Ministerios de la Soledad. En principio fueron concebidos para socorrer a la población mayor de edad, sin embargo, ante lo que ahora se considera un problema de salud pública, estas instituciones van en auxilio de la población en general. En Japón se calcula que existen medio millón de ermitaños modernos; se les conoce como "hikikomori", jóvenes solitarios que se retiran de todo contacto físico y, a menudo, no abandonan sus recámaras por años. Los padres de familia respetan su decisión de aislamiento, les proporcionan alimentos y tecnologías para que puedan conectarse hacia el exterior. Viven en soledad virtual.

 

El término hikikomori se refiere a la influencia de la tecnología moderna en el aislamiento y fue acuñado por el psicólogo japonés Tamaki Saito en su libro Aislamiento social: una interminable adolescencia (1998).

 

En Corea del Sur a ese estilo de vida se le denomina “honjok” o "tribus de uno solo". Es un concepto que define a personas que deciden vivir en solitario para explorar a profundidad las preferencias e intereses propios: cultivan el mundo interior sin necesidad de otras interacciones.

 

La psicóloga Pili Castro llama “soledad sintónica” al hecho de experimentar una carencia en la cantidad y calidad de los vínculos con otras personas, cuando carecemos de lazos sociales significativos, cuando nos parece que no conectamos, que no sintonizamos con nadie. Por ello podemos estar rodeados de gente y sentirnos solos, como se ha constatado ampliamente entre personas que viven en entornos institucionales como cárceles, hospitales psiquiátricos o residencias de mayores, donde se produce una privación forzosa del vínculo social.

 

Una encuesta publicada en 2020, citada por la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, indica que tres de cada cinco estadounidenses “están solos”. El estudio señala que el problema no sólo concierne a E.E.U.U., otras regiones de América Latina también están afectadas por la soledad virtual moderna, como el caso de Brasil, donde un 36% de los encuestados dijo sentirse solo de cara al 2021, mientras que en Perú esa cifra osciló en un 32%, y en Chile en un 30%. México y Argentina situaron este porcentaje en un 25%. Sin duda la pandemia trajo soledad multiplicada.

 

En resumen: la sobreexposición en las redes sociales y el internet en general limitan la creación de lazos sociales afectivos y conducen a un aislamiento social crítico. Compartir la cotidianidad en los espacios virtuales no es más que una comunicación programada a través de algoritmos que nos señalan la ruta a seguir, frenando la espontaneidad, el ingenio, la creatividad y la convivencia real. A la larga estas conexiones superficiales aumentan la sensación de soledad y muchas veces nos llevan a tomar decisiones equivocadas.

 

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