La asociación de “Nativos lejanos” con el asesinato, la epidemia, la pobreza, el desempleo. Ante semejante monstruosidad, sólo cabe dar gracias a Dios de que sean “Nativos lejanos”, y orar para que sigan siéndolo: Zygmunt Bauman
Los que se marchan de Omelas es un cuento corto escrito por Úrsula K. Le Guin (1973). La historia se desarrolla en la ciudad ficticia de Omelas, donde la abundancia y prosperidad de sus habitantes depende directamente del sufrimiento de un niño que vive en condiciones inhumanas en el oscuro sótano de una casa.
“Pero no hay nada que puedan hacer. Si el niño fuera conducido a la luz del sol, fuera de aquel abominable lugar, si se lavara y recibiera comida y cuidados, eso sería algo bueno, desde luego. Pero si se hiciera esto, toda la prosperidad, la belleza y la alegría de Omelas serían destruidas ese mismo día y esa misma hora “.
Nada lejos de la actualidad. Cada país excluye de sus archivos los crímenes de lesa humanidad, y también relega a segundo plano la vida de los más desprotegidos. La mayoría de las personas se ruboriza al conocer las vidas precarias y explotación de sus antepasados; se trata de historias de personas sin derechos legales: esclavos, prisioneros de guerra, migrantes, campesinos, artesanos, obreros, mineros, mujeres y grupos étnicos.
El niño de Omelas es hoy representado por los esclavos modernos. La Organización Mundial del Trabajo calcula que 50 millones de personas son víctimas de explotación laboral, derivada de “amenazas, violencia, necesidad, coerción, abusos de poder o engaño”.
En una entrevista con El País, Nasreen Sheikh relata que a la edad de 9 años, junto con otras mujeres, eran explotadas en una fábrica clandestina de Nepal; en la misma habitación se dormía, comía y trabajaba. “Me sangraban los dedos, pero me obligaban a seguir trabajando por menos de dos dólares y un turno agotador”, recuerda. Las normas eran simples: si no terminaban toda la faena, no cobraban. Si se dormían, les ponían música alta o agua fría en la cara para que se despertaran. Estrategia Omelas.
Millones de migrantes abandonan sus países de origen para incorporarse a la explotación laboral en sectores como la agricultura, construcción, trabajo doméstico y comercio. Con un salario mínimo y el temor de una posible deportación, aceptan trabajar 12 horas diarias, sin derecho a vivienda y comida, entre otras prestaciones negadas. En Estados Unidos la explotación incluye a los niños migrantes, que huyen del vacío económico de sus países para incorporarse a la servidumbre por contrato.
En una nota publicada en febrero pasado por The New York Times, se denunció que en Estados Unidos las fábricas utilizan ilegalmente a niños migrantes para trabajos forzados: “A veces me siento cansada, a veces me siento enferma”, dijo Carolina, después de un turno. A menudo le dolía el estómago y no estaba segura si era por la falta de sueño, el estrés que genera el ruido incesante de las máquinas o por sus propias preocupaciones y las de su familia en Guatemala. “Pero me estoy acostumbrando”, relató la joven de 15 años.
Los países maquiladores con más altos índices de esclavitud moderna -según la Organización Internacional del Trabajo (OIT)- son China, India, Tailandia, Filipinas, Malasia, Camboya, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala, Panamá, República Dominicana, Brasil y México. Los propietarios de las empresas multinacionales se establecen en territorios donde la mano de obra es barata, se les exenta de pago de impuestos, cuentan con un marco legal que protege sus inversiones, ofrecen infraestructura moderna, acceso a recursos naturales, acuerdos comerciales favorables y una logística que les permite distribuir sus productos en el mercado internacional.
En la ficción mencionada, “a veces uno o una de los adolescentes que acuden a ver al niño no regresan a su casa para llorar o rumiar su cólera; de hecho no regresan nunca a su casa. Abandonan Omelas, se sumergen en la oscuridad y no vuelven nunca”.
Entonces ¿qué hacer para enfrentar la discriminación y pobreza generada por la esclavitud moderna? Quizá alejarse de Omelas, como propone el relato de Úrsula K. Le Guin. Esto abre otras interrogantes: ¿debemos seguir disfrutando de productos provenientes de maquiladoras donde se práctica la esclavitud moderna? ¿debemos perdonar los agravios de la modernidad y desechar cualquier cargo de conciencia?
Mientras lo reflexionamos los gritos del niño de Omelas siguen; retumban en el oscuro sótano de la realidad.
Paseo Usumacinta s/n Esq Ayuntamiento. Col Gil y Sáenz, Villahermosa, Tabasco