"Todo por amor, nada por la fuerza" fue el lema que leí en la puerta de un salón de clases de nivel inicial. Frase que resume las enseñanzas de San Francisco de Sales, obispo, proclamado Santo y Doctor por la iglesia católica, perteneciente a la orden de los Hermanos Menores Capuchinos, patrono de los periodistas, reporteros y escritores.
Ojalá todos tuviéramos esa premisa y la lleváramos a cabo de forma consciente. Manejamos la palabra obligación de forma constante, permitiendo que su sombra, nos acompañe en casi todos nuestros actos los realizamos con el sentimiento de cumplir, no de servir y mucho de menos de amar.
Incluso, y sin querer entrar en debates éticos o filosóficos, el "deber ser y el deber hacer" están implicados con la fuerza o, como le llamamos más diplomáticamente: la obligación.
Lo correcto sería tan solo "ser", entendiéndolo desde el amplio sentido del amor.
Cada cosa que pueda realizar, es con el fin amplio de poder otorgar algo positivo para mí y para mi sociedad en la que implícitamente estoy sumergido. Cada acto me atañe en un 100%, por eso, hacerlo lo mejor posible, me brindará el mayor de los beneficios y replicará a los demás.
Si tomo una ducha, el primer beneficiado soy yo, aplico higiene en mi cuerpo, me hace sentir fresco y radiante, y los demás tienen un agradable aspecto sobre mí, y no solo de imagen y olfato, sino que contribuyo, con mi higiene a batallar con infinidad de microbios y virus que puedan formarse en mi organismo por la acumulación de suciedad. Si aprendo es lo mismo. Me beneficio yo, porque mi banco de información se enriquece de forma constante, la cultura que adquiero la puedo replicar a los que están a mi lado, y esta me ayuda a tener una mejor visión y análisis de las circunstancias en las que puedo vivir y encontrar las mejores soluciones a los problemas que se presenten.
Entonces por qué "obligamos" a los niños a ir a la escuela o les enseñamos desde pequeños que "deben" estudiar.
Cuando nos sentimos obligados y acatamos órdenes sin real comprensión, aquello que realizamos bajo ese yugo, no es interiorizado de manera positiva, porque fue impuesto y como buenos humanos, todo aquello que es impuesto lo rechazamos tajantemente.
Necesitamos enseñarnos, las viejas generaciones, y enseñar a las nuevas, que todo lo que hagamos, debemos hacerlo por amor. Por lo tanto, toda decisión siempre debemos pensarla y valorarla lo suficiente, para que nos lleve a caminos que puedan ser construídos bajo ese precepto: el amor. Aunque el concepto es grandísimo, se vale prácticarlo, intentar comprenderlo y tenerlo presente en cada uno de nuestros pasos.
Amemos cada segundo de nuestra vida, cada momento, cada lugar, cada persona. Encontremos ese encanto que cada cosa tiene y apreciémoslo a su máximo esplendor. El conocimiento es un regalo infinito que jamás nos deja, - dicen que lo que bien se aprende, jamás se olvida - por lo que reconocer su cuantioso valor nos ayudará a entender el mundo de posibilidades que nos abre. Aprendamos y amemos lo que aprendemos, busquemos aprender, por la maravilla del conocimiento y disfrutemos de demostrar amor a través de éste.
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