Todo el mundo está preocupadísimo por el avance de la inteligencia artificial. Obvio es un tema de reflexión, pero sinceramente me preocupa más el retroceso de la inteligencia natural. Cada vez más evadimos el acto de pensar. Es muy chistoso, que en todas las escuelas y universidades nos motivan a los docentes a que encontremos estrategias para estimular el pensamiento crítico en nuestro alumnos, pero es realmente un reto, pues estamos ante generaciones que se reusan por todos los medios a leer, a adquirir información de calidad y mucho menos a analizar o entablar juicios de valor.
La semana pasada les hablé sobre ese ladronzuelo que se ha inmiscuido en nuestras vidas un poco antes del cambio de siglo: el celular. Y esta herramienta vino a “facilitarnos” tanto la vida, que dejamos de hacer desde las operaciones más simples a las que estábamos acostumbrados, como memorizar un número telefónico o nuestras contraseñas básicas. Pero definamos primero que es la inteligencia artificial: La inteligencia artificial (IA) hace posible que las máquinas aprendan de la experiencia, se ajusten a nuevas aportaciones y realicen tareas como seres humanos. La mayoría de los ejemplos de inteligencia artificial sobre los que oye hablar hoy día desde computadoras que juegan ajedrez hasta automóviles de conducción autónoma recurren mayormente al aprendizaje profundo y al procesamiento del lenguaje natural. Empleando estas tecnologías, las computadoras pueden ser entrenadas para realizar tareas específicas procesando grandes cantidades de datos y reconociendo patrones en los datos. Aquí la gran pregunta es entonces, porque hemos dejado de procesar grandes cantidades de datos. Se ha estigmatizado tanto a la memorización que la hemos dejado completamente de lado, sin darnos cuenta que en base a esta, a recurrir a su consulta dentro de nuestro arsenal de conocimiento, podemos hacer entonces análisis y crítica. Es esta la base de la elaboración de un nuevo conocimiento. La sinapsis de lograr aprender a aprender, debe estar en función de que seamos nosotros los que tengamos el empeño de adquirir, procesar y producir conocimiento. Dejando de lado que otro (en especial un aparato tecnológico) lo haga por nosotros. Necesitamos valorar más, la tremenda inteligencia que tenemos, lo privilegiados que somos y no volvernos entes pasivos, ante una actividad que nos parece asombrosa en una herramienta tecnológica, pero que nos embrutece de a pocos.
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