Es un hecho que empezamos a vivir tiempos endémicos, fueron más de dos años de situaciones muy complicadas, crudas, inesperadas, donde todos, absolutamente todos tuvimos que reinventarnos.
Si nos los hubieran predicho, jamás lo hubiéramos creído y cómo, si la cosa se puso peor que película de Hollywood. Las palabras empatía y resiliencia han entrado dentro de nuestro vocabulario y no las sacamos por nada. Ahora, los que aguantamos, los que fungimos de protagonistas accidentales y nos tuvimos que amarrar los pantalones y seguir sin chistar, seguimos siendo parte del equipo de “avengers”, que sin deberla y ni temerla, sostuvimos y seguimos sosteniendo.
En todos los ámbitos laborales, aún sin preparación y aventurándonos dentro de muchas veces la autogestión y auto capacitación, con mucho valor se siguió en pie.
Pero no por eso, debemos quedarnos dentro del personaje. Una de las primeras reglas de la inteligencia emocional, es saber reconocer que no siempre se puede estar bien y que todos necesitamos ayuda.
Fíjese, yo que trabajo dentro de las aulas y en el área de capacitación, voy intentando no dejar de motivar, impulsar, ayudar a reflexionar y hasta apapachar (no necesariamente de forma física) a alumnos que muchas veces ya no pueden más. Y es que por todos lados nos impulsan y nos observan que hay que ayudar a los alumnos, porque ellos no la tienen fácil, porque los papás no la tienen fácil y porque debemos entender a toda costa su posición. Y está bien, debemos dar el ejemplo, pero, a nosotros, quien nos ayuda, todos hemos estado vulnerables, todos la hemos visto negra y todos tenemos emociones a flor de piel.
En uno de los colegios donde trabajé entre 2020 y 2021, gestioné un amplio equipo de docentes (18 para ser exactos) y me daba siempre mi tiempo para escuchar y preguntarles cómo se sentían (creo fielmente en el liderazgo holístico) y sí, mis docentes fueron fuertes, pero necesitaban ayuda. Una vez me atreví a solicitar a la dirección que pudieran ser canalizados con un experto, que ellos también necesitaban terapia y acompañamiento, argumentando que, si ellos estaban al 100%, obviamente todo eso replicaría en el alumnado que era importante dejar posiciones instrumentalistas y que urgía ver a las personas como eso: personas.
La respuesta que me dio la dueña de la empresa fue tajante: aquí no es bufete psicológico.
Obvio no lo volví a solicitar, y dirá usted, que todos debemos ser responsables de nuestra salud mental, y lo entiendo, solo que cuando se gana 100 pesos por hora o se tiene sueldos no muy altos, es difícil poder concebir terapias semanales con gente especializada, porque o se come o se acude al terapeuta y lo que sí, es que la empresa como tal, debe ser responsable de crear ambientes correctos y espacios saludables para que sus empleados puedan realmente producir correctamente, porque cuando no es así, lo único que se desencadena es la alta rotación de personal.
Yo esta vez le estoy contando un caso en el sector de la educación, pero este tema aplica, repito, en todos los ámbitos y ahí es donde me salta la pregunta: ¿quién ayuda a los que ayudan? La autogestión no es suficiente, todos tenemos derecho a una guía especializada. Otro aspecto más que pensar para los sectores gubernamentales y privados.
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